Llega Halloween y todxs salimos con nuestras caras pintadas de muerte, con disfraces terroríficos que nos recuerdan que la muerte da miedo. Desde aquí podemos resguardarnos en la idea de que la muerte es una amenaza y que cuanto más lejos la tengamos mejor.
Pero la paradoja es que un niño a lo largo de su vida hasta que llega a los 18 años ha visto, oído o percibido la muerte alrededor de unas 100.000 veces. La televisión, los videojuegos, las noticias.. nos ponen al día de que la muerte está más presente de lo que pretendemos evitar. ¿Entonces cómo es posible que la queramos mantener fuera de nuestras vidas teniéndola tan cerca?
Yo creo que es porque hablar de la muerte no es fácil.
Como adultos, quien mas o quien menos ya nos hemos encontrado con la muerte alguna vez. Y sabemos ciertas cosas de ella: que da miedo, que es un misterio y que nos hace sufrir. Así que es muy normal que queramos proteger a nuestros hijos e hijas del sufrimiento y del miedo. Porque les queremos tanto que no deseamos verles sufrir y si podemos evitárselo mucho mejor. El problema es que esta protección no protege sino todo lo contrario.
Frases del tipo:
“a esta edad no se enteran de nada”
“los niños no necesitan saber tanto”
“ es mejor que no se entere de nada, ya verás como se le olvida”
“no llores delante del niño que le vas a asustar”
“no quiero preocuparle, por eso no le digo lo de su mamá”
no ayudan a los niños a integrar la vida y la muerte cuando se presenta.
Aunque nos duela reconocerlo, la condición ineludible de la vida es que vamos a morir. Y con esto no quiero decir que hablemos de la muerte como si nos fuéramos a morir ya mismo. Pero si podemos incluirla en nuestra vida con una visión mas normalizadora. Una visión que nos ayude a entender que la vida de todo ser vivo es finita.
Aprovechar los detalles del día a día. A veces cuando vamos a pasear vemos animalitos muertos, insectos o bichitos, podemos pararnos un momento y observar:
- No se mueve.. está muerto… cuando morimos ya no nos movemos mas.
- Ya no puede sentir. No tiene ni frío ni calor. Y tampoco puede sentir dolor.
- Atender a su curiosidad si nos preguntan cosas como: ¿y ya no se va a despertar?
Explicarles con dulzura que aunque la muerte parezca como un sueño no lo es.
Poco a poco hacerles entender que:
- La muerte es irreversible. Que no se puede deshacer, que no lo volveremos a ver vivo.
- Es universal. Todos los seres vivos vivimos y morimos.
- Y que es un misterio.. No sabemos que hay después aunque podemos creer en todo lo que queramos y lo más importante, podemos preguntarles que creen ellos. Es todo un reto filosófico!
Los niños pequeños tienen un mundo fantástico que es necesario para su proceso psicológico.. y tenemos que cuidar de él. Por esto se trata de incluir la muerte desde una mirada conciliadora.
Aunque después de todo esto, no puedo dejar de hacerme otra pregunta:
¿Qué relación tengo yo con la muerte?
Porque inevitablemente mi respuesta inundará mi manera de mostrarla, de enseñarla a mis hijos, de ocultarla o de apartarla y por supuesto de vivirla.
Por eso es tan necesario hacer esta reflexión sobre mi propia experiencia.
Cuando no hablo de la muerte porque me duele hacerlo, porque toca con mi propia experiencia, no estoy protegiendo a mi hijo o hija me estoy protegiendo a mí del dolor que me supone hacerlo, de la impotencia de no poder hacer nada, de la inseguridad, del miedo, de la pena y de la soledad.
De nuevo, ser padres y madres nos pone delante como un espejo nuestra propia historia y nos invita a repensar que nuestra manera de educar esta influenciada en gran parte por nuestra experiencia vivida.
Así que, no perdamos nunca esta curiosidad de seguir creciendo.
Ana Salomón